Compañerismo
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El otro día bajaba en el ascensor a la salida del trabajo. Conmigo bajaba también un compañero, uno que apenas conozco. Me preguntó cómo me había ido el día. Yo le comenté que había tenido un día de perros, que tenía un problema que no conseguía resolver y que estaba absolutamente bloqueado. El dijo que no me preocupara, que ya vería cómo al día siguiente, con la mente despejada, lo vería más claro y seguro que lo solucionaba.

Pero el día siguiente fue peor que el anterior. No sólo no daba con la solución; además, sufrí varios ataques de ansiedad. Volvió a mí la vieja idea recurrente de imaginar qué pasaría si un día dijera «me planto», me levantara, lo dejara todo y empezara de cero…

Compañerismo

Pero no; la «razón» volvió salir a flote y continué mi lucha desigual contra el reloj que diariamente mide mi eficiencia. Más mal que bien, resolví la dificultad que tenía entre manos, recordándome puntual el pesimismo que, detrás de aquella, vendría otra que resolver y luego otra y otra más y volverían el estrés, las ganas de huir, el claudicar de nuevo…

Así terminó el día y mientras recogía mis cosas y las metía en el maletín, alguien me tocó el hombro y me volví. Era ese compañero, aquel que apenas conozco, el cual, con una sonrisa en la cara me preguntó: «Qué tal ha ido eso, ¿conseguiste arreglarlo?».

En aquel momento, ese pequeño gesto me animó, las nubes se disiparon momentáneamente y recordé por qué, a pesar de todo, merece la pena continuar adelante en este extraño camino que es la vida.

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2 comentarios

  1. Digo yo que en la escuela nos deberían enseñar herramientas para no perder la capacidad o el don que tenemos de niños para poder desconectar oportunamente.

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