La ciudad de la confusión y el mal gobierno
Entre los nombres de las calles de Sevilla hay algunos que parecen querer competir en contundencia con los demás. Celinda con Matahacas, Rositas con Empecinado o Amistad con Zurradores.
Pero si alguna se lleva la palma al nombre menos pusilánime y más expresivo, esa es sin lugar a dudas, la calle Puñonrostro.
Y veremos que no hay mejor ubicación para ella que donde está, en la antesala de la Puerta Osario, donde aquel taimado moro colgó su famoso letrero:
Esta es la ciudad de la confusión y el mal gobierno. (1)
Porque precisamente a alguien que intentó a acabar con aquel infame sambenito (sin conseguirlo, por supuesto) está dedicada tal vía.
El Conde de Puñonrostro
Se trata de D. Francisco Arias de Bobadilla, IV conde de Puñonrostro, que fue Asistente de la ciudad de Sevilla entre los años 1597 y 1599.
Sobre tan pugilístico título, dice Augustín Redondo que “se atribuyó el título de Conde de Puñonrostro a los Arias Dávalo por haberse defendido un antepasado mítico acorralado por moros con unas puñadas tras haber perdido sus armas”. (2)
Y desde luego que nunca hubo título, apellido o mote que representara más fielmente al personaje. Puñonrostro, militar curtido en Flandes como Maestre de Campo del conocido Tercio Viejo de Zamora, héroe del Milagro de Empel, se convirtió en el terror de maleantes, estafadores y pícaros que operaban en aquella Sevilla del siglo de oro.
La Sevilla de Cervantes
Y no era un reto fácil. Era la Sevilla de Rinconete y Cortadillo, de Monipodio y el pícaro Guzmanillo. Aquella Sevilla rica, “Potosí del Occidente” (3) y a la vez miserable «madre de huérfanos y capa de pecadores» (4) cuyas injusticias, poca verdad y dobleces (5) tanto escandalizaron a Santa Teresa.
En la novela ejemplar de Cervantes La Ilustre Fregona, charlan dos mozos de mulas, ambos sevillanos y dice uno al otro, a propósito del Conde:
Sábete, amigo, que tiene un Bercebú en el cuerpo este conde de Puñonrostro, que nos mete los dedos de su puño en el alma. Barrida está Sevilla y diez leguas a la redonda de jácaros; no para ladrón en sus contornos… (6)
Miguel de Cervantes, que residió y sufrió prisión en Sevilla en la época de su mandato, fue testigo de cómo se las gastaba el Asistente. Se dice que entre los muros de la Cárcel Real de la calle Sierpes, que alguien describió como “la peor jaula del mundo” (7), nació la idea del justiciero Don Quijote. También hay quien afirma que el estricto sentido de la justicia del Conde inspiró a Cervantes algunos aspectos del carácter de su Alonso Quijano. Quién sabe.
Lo que está claro es que lo del Conde de Puñonrostro, más que quijotismo, fue una obsesión desmedida y en ocasiones, cruel, por la disciplina y el acatamiento de las normas al más puro estilo castrense.
Los “Sucesos de Sevilla de 1592 a 1604”, recogidos por el cronista Francisco de Ariño, son una deliciosa fuente de anécdotas sobre la Sevilla de ese periodo, en la que abundan ejemplos de las rotundas actuaciones del Asistente (8).
Licencia para pedir
La primera meta que se fija el Asistente es acabar con la mendicidad, o más bien, separar los mendigos reales de los fingidos. Para ello, publicó un bando en el que citaba en la explanada del Hospital de la Sangre a todos los pobres de la ciudad. Cuenta Ariño que aquello…
…fué el mayor teatro que jamás se ha visto, porque habia mas de dos mil pobres, unos sanos y otros viejos y otros cojos y llagados y mugeres infinitas, que se cubrió todo el campo y los patios del hospital… (9)
Una vez allí congregados, se les fue examinando uno a uno. A los realmente enfermos e impedidos, se les entregó una tablilla, con su cinta blanca, que debían colgarse al cuello y en la que se podía leer: licencia para pedir.
Y a los sanos y falsos tullidos, se les conminó a que en el plazo de tres días encontraran trabajo, bajo la advertencia de sufrir pena de azotes si eran hallados de nuevo mendigando. Ariño lo expresó más gráficamente:
…y al que hallaban pidiendo sin licencia, le daban la limosna en las espaldas… (10)
Posturas y Regatones
El segundo objetivo del Conde era erradicar la corrupción generalizada de aquellos que especulaban de manera indigna y miserable con el precio y la calidad de los productos básicos.
Estos especuladores corruptos, conocidos como regatones, solían inflar los precios muy por encima de las posturas, es decir, los precios máximos fijados por las autoridades para los comestibles.
Para acabar con esta situación, Puñonrostro, publicó el siguiente bando:
Francisco Arias de Bobadilla, Conde de Puñonrostro, Asistente de Sevilla manda que se guarden las posturas que están puestas por los fieles, pena de ducientos azotes: mándase pregonar porque venga á noticia de todos. (11)
El Asistente fue implacable con este asunto y el bando se hizo cumplir con toda su crudeza.
A los pocos días de ser publicado, una mujer conocida como La Ronquilla, fue detenida en la calle de La Caza (12) por revender cabritos por cuartos, llevándolos ocultos bajo la saya. Como indicaba el bando, fue sentenciada a 200 azotes siendo paseada por las calles para escarnio público.
Desde este momento los regatones, alertados, ya supieron que el Conde no iba a andarse con chiquitas.
A los pocos días, un caballero compró en el Rastro (13) lo que creyó ser dos cuartos traseros de carnero con sus turmas (sus testículos). Al ir a cocinar aquellas piezas, su criado comprobó que, en realidad, se trataba de carne de cordero y que las tales turmas no le pertenecían, estando cosidas a los cuartos…
Al día siguiente, el propio Asistente acompaña al caballero al rastro para buscar al tramposo y lo encuentran, de nuevo mercadeando supuestos cuartos traseros de cordero, haciéndolos pasar por carnero, con la correspondiente labor de costura añadida…
El señor regatón se llamaba D. Francisco y era criado de la justicia; luego el Conde le mandó lo llevasen á la cárcel y á las diez del dia mandó le sacasen de la cárcel con la carne al pescuezo, dándole doscientos azotes y desterrado de Sevilla. (14)
Otro día, una mujer que vendía cerezas y ciruelas a más valor de la postura, fue condenada a recibir los consabidos doscientos azotes, con la fruta colgada del cuello, falleciendo a los pocos días del terrible castigo….
Con episodios de este tipo, comenzó a alborotarse la truhanería hispalense, aunque aquello no había hecho sino empezar.
Conflictos de jurisdicción
El punto álgido de la cruzada emprendida por el Conde fue el sonado caso contra María de la O, regatona de jabón en la collación de San Marcos. Ésta, habiéndose jactado de vender su mercancía por encima de los precios establecidos fue, como es lógico, enviada prender por el Conde para aplicarle el consiguiente castigo. Pero en esta ocasión, sucedió lo inesperado y el asunto se embrolló y de qué manera.
La tal María de la O tuvo en primer lugar la inteligencia de acogerse a Sagrado en la Iglesia de San Marcos. En esa época era común que delincuentes perseguidos se acogieran a tal derecho, refugiándose en un templo, donde la autoridad civil, en principio, no tenía jurisdicción.
Puñonrostro, que no pensaba permitir que una vulgar jabonera se burlara de su autoridad, mandó sacarla de San Marcos, a pesar de todo. Sea como fuere, la regatona se las arregló para apelar a la Audiencia, que envió dos alguaciles los cuales se hicieron cargo de ella, encerrándola en la cárcel.
En aquella época, la separación de poderes era un concepto inexistente y la coexistencia del Cabildo (con el Asistente a la cabeza) por un lado y la Audiencia (los jueces) por otro, era fuente continua de enfrentamientos.
Pero en esta ocasión la confrontación fue demasiado lejos. El Conde, ni corto ni perezoso, no tuvo el más mínimo reparo en mandar arrancar a golpe de pico una reja de la cárcel, para seguidamente acceder a ella, prender a los dos alguaciles y por supuesto a la ya famosa María de la O.
Ésta, fue montada en un jumento, desnuda hasta la cintura y llevada a la puerta del Cabildo (el Ayuntamiento). Allí, el Conde de Puñonrostro mandó leer el siguiente pregón:
Esta es la justicia que manda hacer el Rey Ntro. Sr. y el conde de Puñoenrostro de esta muger;
le manda dar ducientos azotes por regatona de jabón. Quien tal hizo que tal pague. (15)
A continuación, se hizo cumplir la sentencia de 200 azotes, siendo paseada la condenada por toda Sevilla y Triana del modo ya dicho, en medio de gran alboroto de gente a favor y en contra.
Sin pérdida de tiempo, se enviaron al Rey representantes de ambas partes para comunicar lo sucedido. Durante un tiempo se enredó la madeja de los desencuentros entre los miembros de ambas jurisdicciones, hasta que finalmente se hizo pública la sentencia real que fallaba a favor del Conde.
Vino a decir el Rey que: soltasen los presos, que la Audiencia oyese, pero no sentenciase y que el Conde usase de su oficio. (16)
Ni el mismísimo Cervantes hubiera urdido semejante guion, cuyos episodios probablemente debió seguir con interés, siendo con seguridad testigo directo de algunos de ellos.
Conclusión
El Conde de Puñonrostro continuó desfaciendo entuertos en Sevilla hasta 1599. Una vez fallecido Felipe II, su sucesor, Felipe III requirió de sus servicios como consejero de guerra, cargo que desempeñó hasta su muerte, en 1610. (17)
Su rectitud extrema y su celo por el cumplimiento del deber fueron recordados en poemas y coplas, siempre con una mezcla de temor y agradecimiento.
La calle Puñonrostro se creó a partir de la remodelación urbanística que sufrió la zona tras el derribo de la Puerta Osario en 1869. Se rotuló como tal en 1879. (18)
Copla
Estando el pueblo romano
Totalmente destruido
Porque el superbo africano
Con la vencedora mano
Mil veces lo habia vencido.
Aquel mozo Escipion
Se le opuso tan valiente
Y excitó así su nación,
Que venció por su opinión
Al liviano prepotente.
Pues cuando estaba Sevilla
Vencida de regatones
Y de abusos, que es mancilla.
El famoso Bobadilla
Se ha opuesto á sus sinrazones.
Porque aquella edad dorada
Que tan breve volvió el rostro,
De discretos tan llorada,
A Sevilla sea tornada
Del insigne Puñoenrostro. (18)
Bibliografía
(1) Ver «La ciudad del mal gobierno» en Tradiciones y Leyendas Sevillanas. José María de Mena. Plaza y Janes. Barcelona, 1975.
(2) Cuerpo y gesto en El Quijote de Cervantes. Bénédicte Torres. Centro Estudios Cervantinos, 2002.
(3) Luis Barahona de Soto.
(4) Guzmán de Alfarache. Mateo Alemán. Ediciones Cátedra. Madrid, 2000.
(5) La Sevilla imposible de Santa Teresa. Pedro M. Piñero Ramírez. Ayuntamiento de Sevilla, 1982.
(6) Novelas Ejemplares: La ILustre Fregona. Miguel de Cervantes Saavedra. Edaf Estudio. Madrid, 1986.
(7) Relación de la cárcel de Sevilla. Cristóbal de Chaves. El Árbol, 1983.
(8) Sucesos de Sevilla de 1592 a 1604. Francisco de Ariño. Sociedad de Bibliófilos Andaluces. Sevilla, 1873 (Edición digital)
(9) Ariño, op. cit.
(10) Ariño, op. cit.
(11) Ariño, op. cit.
(12) Actualmente, calle Jesús de las Tres Caídas.
(13) El Rastro «consistía en una feria de ganado lanar que se celebraba todos los años por Pascua de Resurrección. Estaba localizada en las afueras de las murallas, en un lugar cercano a donde estuvo la Puerta de la Carne». Las Ferias de Sevilla. Nicolás Salas. Universidad de Sevilla, 1992.
(14) Ariño, op. cit.
(15) Ariño, op. cit.
(16) Justicia del Conde de Puñonrostro. Artículo en ABC de Sevilla. Juan Infante-Galán. (06/04/1974)
(17) Diccionario Biográfico. Real Academia de la Historia. Enlace: Francisco Arias de Bobadilla.
(18) Diccionario Histórico de las Calles de Sevilla. Junta de Andalucía y Ayuntamiento de Sevilla, 1993.
(19) Ariño, op. cit.